Hace varias
semanas que tengo un sueño recurrente. Pero desaparece pasados los 3 minutos de
despertarme. Tengo una extraña sensación: la del destino. Hay algo que mi
inconsciente me quiere decir. O no, pero yo igual quiero saber. Así que ahora -que
me acabo de despertar- frunzo el ceño, aprieto los párpados y trato de retener
las imágenes oníricas un rato más.
No puedo
acordarme todo. Me faltan detalles, pero me encuentro en una habitación, un
monoambiente en un edificio alto y angosto. Es chico y está mal decorado. Una
desagradable luz amarilla ilumina todo el lugar aunque afuera aún no anochece. Hay
una ventana que da a la ciudad y al ser el único edificio alto de la zona la
vista es mucho cielo anaranjado, muchas casas, mucho aire, espacioso. Da la
sensación del abismo, de la altura y de la soledad del edificio. También de su
pequeñez.
Yo busco y recolecto
pequeños gatitos, cachorros, de algún lado que no logro develar. Los agarro del
cuero de la nuca con sus garras colgando y los ubico boca arriba en una cama de
una plaza con frazada blanca. Aparentemente los gatos no pueden darse vuelta,
son como bichos cascarudos. Y así recolecto varios, muchos, más de 20. Cuando
considero que son suficientes tomo las cuatro puntas de la frazada y las junto
envolviendo a todos los gatos. Giro esas puntas entrelazadas para que haya
menos aire dentro de la bolsa que se forma en la frazada y para que los gatos
no puedan salir. Luego tomo con las dos manos la tira larga de la frazada enrollada
y la giro por sobre mi cabeza varias veces. Como un gaucho que mueve sus
boleadoras para tomar impulso y concentrarse en el punto de lanzamiento. Cuando
me siento seguro golpeo fuerte contra el suelo el rejunte de gatitos enbolsados
en la frazada blanca. No se oyen quejidos ni ronroneos ni gritos ni maullidos
ni llantos. Sólo el golpe seco de huesos contra el cemento. Varias veces, hasta
que considere mi trabajo terminado.
Luego miro a
mi alrededor, busco en el aire las razones. Y me veo sirviendo una picada a
amigos y amigas que esperan alegres y hambrientos en la mesa de ese
microdepartamento. Llevo platos hondos con queso y paleta cortados en cubos.
También una fuente con papas fritas y una tabla de madera con un chorizo seco
cortadito. Hay mucho fernet en la mesa, vasos con espuma dulcemente amorranada
que sobrepasa el filo del vaso y no se vuelca. Ellos aplauden. Y luego miros
mis manos. Tengo dos platitos con pequeños trozos de carne tierna. Son algo
similar a las rabas pero más oscuras, con un grosor mayor y una apariencia a
carne. Carne de algún mamífero poco convencional.
Preguntan
todos qué es. Yo no los engaño. Ellos saben que es mi especialidad. Vuelven a
aplaudir. Yo insisto en que coman, que no me jodan, que me da vergüenza.
Luego me veo
de nuevo en el departamento. La ventana está abierta. Me vuelve la sensación de
altura. De un increíble espacio entre el angosto edificio y el resto de la
ciudad. Me pongo a recolectar gatitos. (Sigo sin saber de dónde los saco, dónde
están.) Los deposito despacio en la frazada. Ya tengo varios. El último se me
revela: logra rasguñarme el brazo cuando lo llevo tomado del cuero de su
espalda. Siento que me empieza a morder los dedos pero no me duele. Luego
tropiezo y me hallo desparramado en el suelo, inmóvil. Tengo el brazo derecho
apuntando hacia la cama y la cabeza apoyada de costado contra el suelo. Veo que
debajo del codo quedó atrapado el gatito que estaba llevando hacia la frazada
con el resto. Intenta escaparse de mi peso sobre su cuerpo. Rasguña la
alfombra. (Ya no hay suelo, lo sé porque al estar acostado siento algo de
comodidad en la sien.)
No puedo
moverme. Estoy inmóvil. Hago fuerza pero nada. Mi boca está cerrada, intento
gritar pero ni siquiera puedo abrirla. El gatito está apunto de escaparse.
Muevo mis pupilas hacia la cama y veo que de repente, uno por uno, todos los
gatitos bajan. Lograron darse vuelta, superaron la compostura de los bichos
cascarudos. Son todos muy pequeños, cachorros. Se dirigen hacia mi cuerpo,
torpe y desprotegido, que se halla inmóvil en el suelo del microdepartamento.