I
Prefiero
empezar por el final. O, mejor dicho, por el momento exacto en que se desvanece
la posibilidad del cambio. Cuando el italiano Nicola RIzzoli pita el final del partido
la escena se compone de: 1) la pantalla del plasma sobre el escritorio mostrando
una Alemania distinta, contraponiendo esta nueva alegría con la frialdad de su
juego, y a Javier Mascherano parado en el centro de la cancha con los brazos en
la cintura, mordiéndose el labio inferior y mirando el suelo; 2) un silencio
arrollador donde ninguno de los que vimos el partido en ese departamento
alfombrado de Recoleta se atrevía a romper; 3) el levantamiento sigiloso de uno
de los presentes del sillón para luego agarrar la campera y despedirse
levantando apenas la mano con un gesto que solo podía interpretarse como un
frío y seco adiós.
Lo
que deviene después es una serie de comentarios piadosos y conformistas entre
los que nos quedamos a presenciar la entrega de medallas. Un rato después me
fui a saludar a un amigo que cumplía años.