lunes, 14 de julio de 2014

Destrozos posmundial


I

Prefiero empezar por el final. O, mejor dicho, por el momento exacto en que se desvanece la posibilidad del cambio. Cuando el italiano Nicola RIzzoli pita el final del partido la escena se compone de: 1) la pantalla del plasma sobre el escritorio mostrando una Alemania distinta, contraponiendo esta nueva alegría con la frialdad de su juego, y a Javier Mascherano parado en el centro de la cancha con los brazos en la cintura, mordiéndose el labio inferior y mirando el suelo; 2) un silencio arrollador donde ninguno de los que vimos el partido en ese departamento alfombrado de Recoleta se atrevía a romper; 3) el levantamiento sigiloso de uno de los presentes del sillón para luego agarrar la campera y despedirse levantando apenas la mano con un gesto que solo podía interpretarse como un frío y seco adiós.

Lo que deviene después es una serie de comentarios piadosos y conformistas entre los que nos quedamos a presenciar la entrega de medallas. Un rato después me fui a saludar a un amigo que cumplía años.