domingo, 27 de enero de 2013

II

¿Cuándo fue que dejamos de creer que el amor iba a salvar el mundo?

Estamos en presencia de una banalización cómoda y sincera.
En la desidealización del amor.

Un día amanecimos en la sutura de la resaca.
Las drogas nos habían dado la emoción
que le faltaba a una miserable vida de sueldos escapistas.
Nos despertamos con el sol del mediodía.
Era domingo.
Era un departamento:
Un cubo dentro de cubos apilados jugando a las alturas.
Las paletas del ventilador giraban como siempre desearon hacerlo las agujas del reloj.

Un grito cobarde y necesario nos partió el pecho;
y salió en busca de deshipocritización.

Explosión genuina pero predecible:
la podredumbre enraizada,
la sabia del pecado que corroe nuestra piel,
el barro y la publicidad que nos manchan sin darnos cuenta,
la económica necesidad de inventar necesidades,

el consumo de pequeñas cosas
que nos acercan a pequeñas cosas
para llegar a pequeñas cosas
que nos prometen felicidad,

la sórdida orfandad del romanticismo generacional,
la inmaterialidad desheredada,
las migajas que nos dejó la desesperada cara de la guerra.

La victoria que gritamos hoy
tiene el facilismo de festejar el empate,
un mal menor.
Los laureles que supimos conseguir
tienen el olor rancio de la vergüenza.
El conformismo de un peronismo estancado.

La mercantilización de todo lo que es útil
para saciarnos y conmovernos
de todo lo que quisimos ser
(pero nunca fuimos).

¿Sabés dónde quedó el amor romántico?
En los escombros de las catedrales de Dios,
en las ruinas de una tradición forzada,
en la ingenua inocencia que ignora y no odia,
en la idea de un cielo redentor,
en esa proyección amorfa que llamamos felicidad.
Pero también en el impacto de una mentira
que se rompe contra el suelo.

Escupir en las tumbas de los profetas insanos
para matar a un Dios impiadoso
que no nos querrá jamás en su reino perfectito.

Hoy es el séptimo día.
La resaca nos carcome las entrañas.
Nos duele estar vivos
pero entendimos
que después de morir no hay nada.

Ansiolíticos para la tos y marihuana para desabrocharnos la camisa.

Aquí estamos.
Reinventando lo mejor y peor que creó el hombre:
El amor. Lo inexplicable.