sábado, 23 de febrero de 2013

Dagas

El tiempo que pasa
desde que suena el despertador
hasta que me levanto
es el tamaño de mi infelicidad.

Una lluvia de dagas me clava a la cama.
No hay ánimo para salir al mundo
y enfrentarlo.
Ya estoy dentro,
sólo que no lo sé.
La ventana está abierta.
Entra una correntada de aire fresco
que me motiva a inquietarme.
No hay nada allá afuera más relevante
que esta culpa mortífera
que me promete
más remordimiento.

Descarto tareas que tenía pensado resolver
a la hora que indicaba la alarma.
Tacho posibilidades.
Me quedo sólo con una,
la de despertarme de este sueño 
ambiguo y cobarde
que no llega a ser una pesadilla.

Voy a levantarme aunque todo es en vano:
soy demasiado infeliz como para notarlo.

martes, 19 de febrero de 2013

Latisaje

Quizás sea hora de terminar con los poemitas que te dejan culo pal norte o mirando el sur. No sé bien cómo es el dicho. Quizás tendría que dejar de escribir milimétricas frases finamente pensadas por un tipo –o sea yo- que perdió el gusto literario desde que nació. Quizás no sea necesario escribir en versos para lograr la pausa que tanto busco. Porque tal vez la cadencia depende de la forma de leer que tiene cada uno. Quizás sea necesario que deje de pensar en expresar mis más profundas y absurdas conclusiones en poemas que empiezan hablando despacito y terminan gritando a las puteadas. Y trato de evitar las malas palabras porque un amigo me dijo que era más fácil lograr el improperio usando improperios. Entonces me reúso a ser tan bocasucia como en la vida real. Bocasucia, qué palabra tan noventa. Quizás tenga que dejar de buscar esas pausas, dejar de separar con 2 enter cuando el próximo verso la va de otra cosa. Pero es verdad, creo que necesito dejar de escribir con pausas para pasar las pausas a mi vida real. Porque la escritura no es vida real. Para mi es todo imaginación. En fin, debo dejar de escribir cosas rebuscadas, eso de pensar las palabras y el tono y la fuerza de cada verso para hacer lo que muchos llamaban cross a la mandíbula. Pero a mi mandíbula. Escribir para que el sonido de la tecla que presiono sea un latigazo en la espalda y un masaje en la cintura. Un latigazomasaje. Un latisaje. 

domingo, 10 de febrero de 2013

Alejandra

No me gusta escribir poemas,
dijo Alejandra.
¡Mentirosa!
Nadie es más perfecta que ella cuando escribe poemas
porque da envidia
su delicada forma
de amar y de odiar al silencio.

Alejandra conoce los colores del paraíso,
los vio una vez en un sueño.

Alejandra tiene un fetiche con las piedras.
De muy chiquita le gustaba golpearse con una en la frente
hasta ver la roca manchada de sangre
y luego metérsela en la boca
para chuparla.
Le gusta el sabor de su sangre
pero le da asco la ajena.

A Alejandra le cabe la muerte
porque le gustan las anfetas
y no puede contener su excitación
al preguntarse cómo es el mundo
del otro lado de la vida.

Alejandra tiene un sex toy,
ella lo llama textículo.

Alejandra se mira en un espejo de cenizas
y se pregunta por el miedo a la muerte del amor.

Alejandra fumó una vez con Cortázar.
Quedaron re locos.
Y entre risotadas, ella le tiró:
“Yo soy la Maga”.

Alejandra tiene algunos problemitas:
ve monstruos detrás del aire.

Una vez miró fijo a una rosa
hasta pulverizarse los ojos
y en su ceguera
coló pepa
y murió
como una diosa psicodélica,
flashando.