domingo, 2 de junio de 2013

La grieta que deja no poder volver el tiempo atrás

El sol en un colador 
entra al mundo por las hendijas de la persiana.
Dos botellas de malbec 
acostadas en el parquet.
Las aletas del ventilador de techo
giran al compás de los latidos.
El brazo estirado en línea recta a la ventana.
La punta del dedo índice roza el mango de un S&W calibre 38.
Y la sangre.

Intenta levantar la cabeza.
Mira a su alrededor,
al resto de la habitación.
Todo ordenado
salvo los vidrios rotos de la ventana,
la ropa contra la puerta
y las botellas atolondradas.

Intenta levantar su cuerpo.
No le responde.
El dolor hipodérmico en la sien,
el piiiii,
la resaca.

No recuerda nada.
Busca en su memoria,
se concentra,
revuelve.

Un vacío negro en el pasado.
Recuerda unos ojos verdes,
una mirada fija,
intimidatoria.
Forcejeo de cuerpos.
Un grito:
¡Puta!
Disparos.
Más disparos.
Recuerda la sensación desesperada
de haber cambiado el destino,
el rumbo natural de las cosas.
Y la grieta que deja no poder volver el tiempo atrás.

Sangre. 
Más disparos. 
Más sangre.

El departamento está inmóvil.
No queda nada con vida.
Intenta levantar su brazo. 
No puede.
Huele el aroma a muerte,
el óxido en el borde de la canilla.
Escucha el goteo en la pileta.
Gota por gota.
Intermitente.
Frunce el ceño,
la vista.
Arruga aún más la mirada.
Presiona los párpados.
Recuerda los gritos.
¡Hija de puta!
Los disparos, la sangre.
Un plan, 
algo, 
rápido.
El cadáver en la bañadera:
la muerte.

El arma manchada de mugre humana,
de deshumanidad,

al igual que su cuerpo.
La desesperación.
El fin.
Un último disparo.
Una bala que resuelva el caos.
Un suicidio.
Pero no.
Algo falla.

El tiempo que tardan las gotas
en desprenderse de la canilla 
hasta estrellarse en el cadáver 
abultado en la bañadera
es el tamaño de su suerte. 
El sonido lento y brutal,
la intermitencia como un latido que nunca se acaba, 

como un reloj permanente.
La soledad del ambiente, 
la inmovilidad, 
el mundo desde el suelo,
las manchas de sangre en el parquet,
la voz que no sale, 

no puede pedir ayuda
ni volver el tiempo atrás.
El revólver a 3 centímetros de la mano derecha.
Basta con moverse para terminar la escena.
Pero no,
no se puede mover.

La vida es un absurdo que se deshace en la garganta de la soledad.